Hoy
se cumple un año de la resolución del Consejo Técnico de la Facultad de
Filosofía y Letras que, tras ratificación del Consejo Universitario, privó al señor
Boris de su beca vitalicia cortesía de la Máxima Casa de Estudios, habiéndose
comprobado pública y contundentemente que buena parte de su obra académica -incluidas
tesis
de posgrado y al menos una
conferencia- es producto de incontables plagios. También se cumple un año
de silencio institucional al respecto, roto únicamente por filtraciones y por
la tardía publicación
de las someras actas del Consejo Técnico de esas fechas. La
de la sesión extraordinaria del 13 de agosto relata:
Tras la amplia y
exhaustiva deliberación que se llevó a cabo, el pleno del Consejo Técnico
acordó, por unanimidad, aplicar al Dr. Boris Berenzon Gorn la sanción prevista
en el artículo 109, inciso c) del Estatuto del Personal Académico: DESTITUCIÓN,
en virtud de que se acredita fehacientemente que ha incurrido en “La
deficiencia en las labores … de investigación, objetivamente comprobada.
(ACUERDO 269/2013)
La
opacidad institucional que ha rodeado al caso hace difícil conocer muchos detalles relevantes sobre
los alcances y consecuencias de la destitución. Ignoramos si se alcanzó un
acuerdo de indemnización o si hay un juicio laboral en curso. Ignoramos si el
CONACYT continúa pagando a Boris la beca del Sistema Nacional de Investigadores
o si ha invalidado su nombramiento. Ignoramos si se ha explorado siquiera la
posibilidad de revocarle los títulos académicos obtenidos con plagios. Ignoramos
si se ha tomado alguna medida para descubrir este tipo de comportamientos,
prevenirlos o facilitar su castigo en la UNAM. En cualquier caso, en este
aniversario y ante la falta de información, es pertinente conducir la reflexión
hacia las condiciones que hicieron posible un Boris.
Boris Berenzon fue antes que nada un gran simulador.
Fingió que elaboraba tesis, que impartía clases, que escribía libros y que
redactaba ponencias. Aprendió a reproducir toda la gestualidad propia de quien
efectivamente produce y difunde conocimiento histórico: entregó escritos con su
nombre a tutores, dictaminadores y editores, presentó ponencias a un público
especializado, elaboró solicitudes de estímulos, sabáticos y cambios de
categoría, firmó puntualmente el registro de asistencia docente de la Facultad,
se postuló para plazas en instituciones académicas, antepuso "Doctor"
a su nombre, actualizó cotidianamente un largo currículo y concedió entrevistas a La Jornada. Y a cambio de sostener este
complejísimo sistema de simulación obtuvo las remuneraciones de rigor y hasta recompensas
verdaderamente extraordinarias, como la Distinción
Universidad Nacional para Jóvenes Académicos en Docencia en Humanidades de manos del Rector o un
nombramiento nivel 2 en el Sistema Nacional de Investigadores. Al pensar en
esto no podemos evitar la pregunta ¿a tal punto son semejantes la gesticulación,
por un lado, y el trabajo intelectual real, por el otro, que resultan indistinguibles
a ojos de todo un sistema de validación académica? Si partimos de que la diferencia existe y es relevante, se impone
la pregunta ¿qué tan riguroso es entonces nuestro sistema de validación
académica? Tal parece que bastante poco. A lo que quiero llegar es a la aterrorizadora
conclusión de que Boris no simulaba solo. Simularon formarlo sus profesores,
simularon guiarlo sus directores de tesis, simularon leerlo críticamente sus sínodos,
simularon evaluarlo las comisiones dictaminadores, simularon corregirlo sus
editores, simularon recibir clases sus alumnos, simularon ser formados en la
docencia sus adjuntos, simularon ignorar su ausentismo sus coordinadores, simularon
dar cauce a las denuncias por plagio de 2004
y 2005
las instancias a las que apelaron los quejosos, simularon sancionarlo los miembros
del Consejo Técnico que le impusieron un extrañamiento
por faltista y mentiroso en 2011 para después aprobarle un sabático en
París. En otras palabras, Boris encontró espejos de su gesticulación en
casi todas partes, en lo que aparece a la imaginación como un ejército de mimos,
marchando en círculos y enseñándose unos a otros el fino arte de la simulación.
¿Es
la academia pura pantomima? Quiero pensar que no. Pero no puedo evitar observar
que en ella laten fuerzas de una extraordinaria mediocridad, y que el sector de
ésta en que alguien como Boris consiguió simular con tanto éxito y durante veinte
años un trabajo intelectual y docente de alto nivel es sin duda una de las peores
y más mezquinas versiones de sí misma. Es la academia de la burocracia, donde
triunfa el más hábil para rellenar formularios y especular con puntajes; es la
academia del compadrazgo, que favorece la lealtad por encima del mérito; es la
academia, en suma, de la gesticulación, en la que hacemos como que hacemos y que
cada tanto, cuando se tambalea el castillo de cartas, nos hace sentir obligados
a decir "¡Qué barbaridad!" antes de despreocuparnos del asunto y
regresar a jugar en paz.
Espero que el caso Boris, de cuya aparente conclusión
se cumple hoy un año, sirva de advertencia: el mundillo académico que lo hizo
posible es un espejo en el que ver reflejado lo peor de nosotros como
estudiantes universitarios, profesores, académicos e intelectuales. Ese
ejército de mimos es la imagen misma de lo que no podemos resignarnos a ser.
Hola Bárbara,
ResponderEliminarSegún datos del Conacyt, Berenzon sigue gozando de los beneficios asociados a su categoría en el SNI. En el sitio oficial de Conacyt hay una liga en la que se puede bajar quienes son los Investigadores Vigentes. Esta es la liga al sitio:
http://www.conacyt.gob.mx/index.php/el-conacyt/sistema-nacional-de-investigadores
En la entrada A6332 se aprecia el nombre de Berenzon y su aún grado de Doctor. La lista dice "Directorio de Investigadores Vigentes al 1° de enero de 2014" y es la mas reciente.
Los invito a que lean mi escrito sobre temas de plagio titulado: Algunas consideraciones sobre el plagio académico en México. Aquí la liga a él:
http://planeacionibero.wordpress.com/2014/09/02/algunas-consideraciones-sobre-el-plagio-academico-en-mexico/