domingo, 3 de noviembre de 2013

Pasando la página (II): La conjura de los mediocres



En la entrega anterior comenzamos a ponderar el peso de las redes cómplices en el caso Berenzon. Sobra decir que la explicación está aún incompleta: a éstas podemos sumar, por ejemplo, la pobreza de las lecturas supuestamente críticas que recibieron, entre otros, los collages que el Sr. Berenzon hizo pasar por tesis de posgrado. Se ha argumentado (e insistido) que no se espera de un director de tesis funciones policiales, pero hay en la obra de Boris cosas tan evidentemente incorrectas, como cambios abruptos en el sistema de citación -pues viene plagiando un texto que usa uno y luego alterna con un plagio de otro texto que se sirve de otro- que no podemos más que reconocer que nadie criticó realmente esos trabajos.

Fragmento de la página 120 de Historia es inconsciente, versión editada de la tesis de maestría de Boris Berenzon. Nótese como el primer párrafo, plagiado de un artículo publicado en Fractal en 1996, utiliza el sistema de citación Harvard (paréntesis con nombre de autor y año), y el segundo párrafo regresa al sistema tradicional con notas a pie de página.
Este asunto ha sido comentado por Alfredo Ávila en su blog, quien nos dice que el fenómeno en parte se explica porque en la UNAM la mayoría de los miembros del sínodo de una tesis doctoral están integrados al Comité Tutoral que dirigió conjuntamente el trabajo, y no es raro que sean amigos entre sí y del sustentante, como en el caso de Boris. Pero en ningún ámbito de la vida académica mexicana es más clara esta carencia crítica que en el de las reseñas, donde la simulación y el compadrazgo resaltan por tratarse justamente del espacio por excelencia para la crítica académica. Por supuesto que el caso Berenzon nos aporta ejemplos prototípicos, y a continuación revisaremos dos de los más ilustrativos.
La Dra. Georgina Calderón, comadre, compañera de cubículo y coautora de numerosos trabajos de Boris, es autora de una magnífica reseña en el portal Siempre! del libro Re/tratos de la Re/vuelta, obra que, como hemos visto, es la versión editada de su tesis doctoral y está a reventar de plagios. En ella la Dra. Calderón no sólo nos explica que el libro es genial, sino que incluso plagia párrafos enteros del mismo para complementar sus apreciaciones. Y lo hace con tal tino que le plagia a Boris pedazos que él mismo había plagiado de otros autores. Por ejemplo, escribe Georgina en la reseña sin dar indicación alguna de la procedencia de las frases:


Copiando resumidamente lo que Boris había puesto en la página 74 de obra reseñada: 


Fragmento que a su vez fue plagiado del artículo “Discurso” de Manuel Vázquez publicado en el Diccionario Interdisciplinar de Hermenéutica, específicamente de la página 151:



Obviando el exquisito nivel de mediocridad del que esta cadena de robos da cuenta, apreciemos el modo en que nos devuelve al problema de la crítica académica: si son amigos quienes dirigen tesis, integran sínodos, dictaminan artículos, colaboran en compilaciones, editan, prologan, presentan, citan y reseñan libros… ¿quién va a darse cuenta de los fallos que tiene lo que se escribe?, ¿quién será el valiente que rompa la cadena de favores? Y si al lector le cabe alguna duda sobre el funcionamiento de estos mecanismos puede revisar las páginas 110 y 111 del currículum extenso de Gloria Villegas, documento puesto a nuestra disposición por la Junta de Gobierno de la Universidad en razón de que ésta tuvo a bien nombrarla directora de Filosofía y Letras en 2009. En estas dos bellísimas páginas la Dra. Villegas enlista los “DICTÁMENES DE PUBLICACIONES (libros y artículos)” que ha realizado, y nos presume, por ejemplo, que dictaminó favorablemente la obra Espejismos históricos, de la pluma del Sr. Berenzon, en 1996 –año en que Villegas se encontraba dirigiendo el collage que el dictaminado hizo pasar por tesis de maestría. Cabe recordar al lector que los procesos de dictamen académico deben realizarse en forma anónima como un modo de acercarse a la garantía de imparcialidad: el autor del texto evaluado no debe saber quiénes son o fueron sus dictaminadores, e incluso es óptimo que quien dictamina no sepa quién es el autor de lo que debe juzgar (“ciego”) ni la identidad de los otros dictaminadores (“doble ciego”): la función de estas disposiciones -clave en los métodos de evaluación entre pares tan caros a la validación del conocimiento académico- es evitar que los vínculos personales entre los involucrados interfieran con la evaluación. Pero para la Dra. Villegas dictaminar favorablemente es motivo de orgullo: en el apartado de su CV dedicado a ello se vanagloria públicamente de la lista de colegas que le deben un favor.
Veamos otro interesante ejemplo de reseña académica extraído del caso Berenzon que nos ayudará a redondear el punto. Se trata de “Las penas de la veracidad historiográfica y literaria”, firmado por Boris y publicado en la revista Vetas número 2, editada por el Colegio de San Luis en 1999, época en que el mismo Berenzon dirigía la publicación, hacía editar su collage de maestría bajo el sello de dicho Colegio y coordinaba su posgrado en historia sin que esto implicara, sobra decir, que la Facultad de Filosofía y Letras dejara de remunerarle su trabajo docente in absentia. El texto al que nos referimos consiste en un elogiosísimo comentario del libro “El escándalo”, primer drama de Manuel José Othón. Texto y contexto, de Ignacio Betancourt, publicado también en 1999 por el Colegio de San Luís. Lo interesante es que la mayor parte de la reseña está plagiada de un artículo de Michel de Certeau titulado “Historia, ciencia y ficción”, publicado por Nexos en febrero de 1981. Curiosamente, el texto de de Certeau no era una reseña –mucho menos un panegírico- pero algunas pequeñas adaptaciones de Boris le cambian el género sin mayor problema. Veamos un ejemplo, empezando por el texto de Berenzon:


Ahora vayamos al texto de de Certeau: 


La reseña académica, lejos de las motivaciones críticas que sería deseable esperar de ella, se presta en más de un sector de nuestra academia para un intercambio de halagos, zalamería que promueve el trabajo del colega y amigo, muchas veces a petición suya. El trabajo promovedor que Boris hizo del libro de Betancourt, por cierto, no acabó allí. Un artículo de La Jornada de San Luís de 1999 nos indica que también Berenzon fue invitado a presentarlo en Casa Lamm. No se me malinterprete: no estoy diciendo que Betancourt fuera consciente de la autoría de las palabras que Boris dedicó a su libro en la revista Vetas ni que su obra, que no conozco, sea indigna de ellas –o, para el caso, que no haya trabajos merecedores de elogio ni buenas reseñas críticas favorables al autor reseñado. Mi intención es ilustrar, a partir de un segundo ejemplo extraído del caso extremo cuya explicación nos ocupa, la vertiente más mediocre del reseñismo académico, y el modo en que en este país, más que revelar un interés por la discusión y validación del conocimiento, con frecuencia responde a las tramas de amistad personal de los participantes, que se promueven recíprocamente y se muestran leales hasta las últimas consecuencias. Esto había sido abordado en un post anterior de este blog, en el que destacamos que Boris sabe perfectamente cómo citar: su problema es que lo hace en forma selectiva, y por eso es capaz de insertar en medio de un plagio a Monsiváis una frase de Gloria Villegas, la directora de la tesis de la que deriva el libro, y no tiene inconveniente en darle, a ella sí, crédito a pie de página. Dicho sea de paso, no deja de ser irónico, en el marco de este juego de apropiaciones indebidas, que la periodista de El Universal que cubrió el caso haya tomado el anterior cotejo de este blog para su nota “La historia de un plagiario serial” sin citar su procedencia
De cualquier modo, lo que hay que entender es que la crítica es uno de los fundamentos básicos de la validación del conocimiento académico. Por consiguiente, su degeneración en un sistema de simulación, autocomplacencia y promoción de los compadres es el más siniestro giro que podríamos imaginarle: se conservan sus formas y rituales (prólogos, prefacios, ponencias, presentaciones, reseñas) pero se pervierten sus contenidos hasta convertirlos en moneda de un sistema cambiario de complacencias y trámite para la obtención de premios y aplausos profesionales. Es indispensable entender esta lógica para seguir explicándonos por qué el Sr. Boris desarrolló durante décadas -y con tanto éxito- su carrera de simulación académica. También nos permite proponer una interpretación a contrapelo de las palabras pronunciadas por Berenzon en 2009 con motivo de la presentación del primer tomo de Historia de la historiografía de América, obra coordinada por él y por Georgina Calderón. El texto que Boris preparó para la ocasión –y que puede encontrarse aquí- no tiene desperdicio: entre otras cosas incluye una serie de viñetas que retratan a su autor charlando con emblemáticos intelectuales universitarios. Pero en aras de la brevedad permítaseme resaltar sólo un pequeñísimo fragmento:


Villegas, que naturalmente compartía la mesa con Boris en su doble calidad de comentarista del libro y directora de la institución que lo coeditó y fue sede de su presentación, debió sonrojarse al escuchar tan finos halagos por parte de su pupilo, pues le demostraron que había logrado transmitir una gran lección. Nadie como ella, que promovió, solapó y defendió a Berenzon hasta que la situación se hizo verdaderamente insostenible a mediados del presente año, entiende -y enseña- que el “tejido de lo que es la historiografía” no se refiere al entramado narrativo de los discursos históricos ni mucho menos a su necesaria imbricación intertextual, sino a la telaraña de complicidades que sostiene la conjura de los mediocres de la que ella tan “fina y agudamente” participa.