En la
entrega anterior comenzamos a ponderar el peso de las redes cómplices en el caso Berenzon. Sobra decir que la explicación está aún
incompleta: a éstas podemos sumar, por ejemplo, la pobreza de las lecturas
supuestamente críticas que recibieron, entre otros, los collages que el Sr.
Berenzon hizo pasar por tesis de posgrado. Se ha argumentado (e insistido) que no se espera de un director de tesis funciones
policiales, pero hay en la obra de Boris cosas tan evidentemente incorrectas,
como cambios abruptos en el sistema de citación -pues viene plagiando un texto
que usa uno y luego alterna con un plagio de otro texto que se sirve de otro-
que no podemos más que reconocer que nadie criticó realmente esos trabajos.
Este asunto ha
sido comentado
por Alfredo Ávila en su blog, quien nos dice que el fenómeno en parte se
explica porque en la UNAM la mayoría de los miembros del sínodo de una tesis
doctoral están integrados al Comité Tutoral que dirigió conjuntamente el
trabajo, y no es raro que sean amigos entre sí y del sustentante, como en el
caso de Boris. Pero en ningún ámbito de la vida académica mexicana es más clara
esta carencia crítica que en el de las reseñas, donde la simulación y el
compadrazgo resaltan por tratarse justamente del espacio por excelencia para la
crítica académica. Por supuesto que el caso Berenzon nos aporta ejemplos
prototípicos, y a continuación revisaremos dos de los más ilustrativos.
La Dra. Georgina
Calderón, comadre, compañera de cubículo y coautora de numerosos trabajos de
Boris, es autora de una magnífica
reseña en el portal Siempre! del
libro Re/tratos de la Re/vuelta,
obra que, como hemos visto, es la versión editada de su tesis doctoral y está a
reventar de plagios. En ella la Dra. Calderón no sólo nos explica que el
libro es genial, sino que incluso plagia párrafos enteros del mismo para
complementar sus apreciaciones. Y lo hace con tal tino que le plagia a Boris
pedazos que él mismo había plagiado de otros autores. Por ejemplo, escribe
Georgina en la reseña sin dar indicación alguna de la procedencia de las frases:
Copiando resumidamente lo que
Boris había puesto en la página 74 de obra reseñada:
Fragmento que
a su vez fue plagiado del artículo “Discurso” de Manuel Vázquez publicado en el
Diccionario Interdisciplinar de Hermenéutica,
específicamente de la página 151:
Obviando el
exquisito nivel de mediocridad del que esta cadena de robos da cuenta,
apreciemos el modo en que nos devuelve al problema de la crítica académica: si son
amigos quienes dirigen tesis, integran sínodos, dictaminan artículos, colaboran
en compilaciones, editan, prologan, presentan, citan y reseñan libros… ¿quién
va a darse cuenta de los fallos que tiene lo que se escribe?, ¿quién será el
valiente que rompa la cadena de favores? Y si al lector le cabe alguna duda
sobre el funcionamiento de estos mecanismos puede revisar las páginas 110 y
111 del currículum
extenso de Gloria Villegas, documento puesto a nuestra disposición por la Junta de
Gobierno de la Universidad en razón de que ésta tuvo a bien nombrarla directora
de Filosofía y Letras en 2009. En estas dos bellísimas páginas la Dra. Villegas
enlista los “DICTÁMENES DE PUBLICACIONES (libros y artículos)” que ha realizado,
y nos presume, por ejemplo, que dictaminó favorablemente la obra Espejismos
históricos, de la pluma del Sr. Berenzon, en 1996 –año en que Villegas se encontraba dirigiendo el collage que el dictaminado hizo pasar
por tesis de maestría. Cabe recordar al lector que los procesos de dictamen
académico deben realizarse en forma anónima como un modo de acercarse a la
garantía de imparcialidad: el autor del texto evaluado no debe saber quiénes
son o fueron sus dictaminadores, e incluso es óptimo que quien dictamina no
sepa quién es el autor de lo que debe juzgar (“ciego”) ni la identidad de los
otros dictaminadores (“doble ciego”): la función de estas disposiciones -clave en los métodos de
evaluación entre pares tan caros a la validación del conocimiento académico-
es evitar que los vínculos personales entre los involucrados interfieran con la
evaluación. Pero para la Dra. Villegas dictaminar favorablemente es motivo de
orgullo: en el apartado de su CV dedicado a ello se vanagloria públicamente de la
lista de colegas que le deben un favor.
Veamos otro interesante
ejemplo de reseña académica extraído del caso Berenzon que nos ayudará a redondear
el punto. Se trata de “Las penas de la veracidad historiográfica y literaria”,
firmado por Boris y publicado en la revista
Vetas número 2, editada por el Colegio de San Luis en 1999, época en
que el mismo Berenzon dirigía la publicación, hacía editar su
collage de maestría bajo el sello de dicho Colegio y coordinaba su
posgrado en historia sin que esto implicara, sobra decir, que la Facultad de
Filosofía y Letras dejara de remunerarle su trabajo docente in absentia.
El texto al que nos referimos consiste en un elogiosísimo comentario del libro “El
escándalo”, primer drama de Manuel José Othón. Texto y contexto, de Ignacio
Betancourt, publicado también en 1999 por el Colegio de San Luís. Lo
interesante es que la mayor parte de la reseña está plagiada de un artículo de
Michel de Certeau titulado “Historia, ciencia y ficción”, publicado por Nexos
en febrero de 1981. Curiosamente, el texto de de Certeau no era una
reseña –mucho menos un panegírico- pero algunas pequeñas adaptaciones de Boris
le cambian el género sin mayor problema. Veamos un ejemplo, empezando por el
texto de Berenzon:
Ahora vayamos
al texto de de Certeau:
La reseña
académica, lejos de las motivaciones críticas que sería deseable esperar de
ella, se presta en más de un sector de nuestra academia para un intercambio de
halagos, zalamería que promueve el trabajo del colega y amigo, muchas veces a
petición suya. El trabajo promovedor que Boris hizo del libro de Betancourt,
por cierto, no acabó allí. Un artículo de La
Jornada de San Luís de 1999 nos indica que también Berenzon fue
invitado a presentarlo en Casa Lamm. No se me malinterprete: no estoy diciendo
que Betancourt fuera consciente de la autoría de las palabras que Boris dedicó
a su libro en la revista Vetas ni que su obra, que no conozco, sea indigna
de ellas –o, para el caso, que no haya trabajos merecedores de elogio ni
buenas reseñas críticas favorables al autor reseñado. Mi intención es ilustrar, a partir de un segundo
ejemplo extraído del caso extremo cuya explicación nos ocupa, la vertiente más
mediocre del reseñismo académico, y el modo en que en este país, más que revelar
un interés por la discusión y validación del conocimiento, con frecuencia
responde a las tramas de amistad personal de los participantes, que se
promueven recíprocamente y se muestran leales hasta las últimas consecuencias.
Esto había sido abordado en
un post anterior de este blog, en el que destacamos que Boris sabe perfectamente
cómo citar: su problema es que lo hace en forma selectiva, y por eso es capaz
de insertar en medio de un plagio a Monsiváis una frase de Gloria
Villegas, la directora de la tesis de la que deriva el libro, y no tiene inconveniente
en darle, a ella sí, crédito a pie de página. Dicho sea de
paso, no deja de ser irónico, en el marco de este juego de apropiaciones
indebidas, que la periodista de El Universal que cubrió el caso haya
tomado el anterior cotejo de este blog para su nota “La historia de un
plagiario serial” sin citar su procedencia.
De cualquier modo, lo
que hay que entender es que la crítica es uno de los fundamentos básicos de la
validación del conocimiento académico. Por consiguiente, su degeneración en un
sistema de simulación, autocomplacencia y promoción de los compadres es el más
siniestro giro que podríamos imaginarle: se conservan sus formas y rituales
(prólogos, prefacios, ponencias, presentaciones, reseñas) pero se pervierten
sus contenidos hasta convertirlos en moneda de un sistema cambiario de
complacencias y trámite para la obtención de premios y aplausos profesionales.
Es indispensable entender esta lógica para seguir explicándonos por qué el Sr.
Boris desarrolló durante décadas -y con tanto éxito- su carrera de simulación
académica. También nos permite proponer una interpretación a contrapelo de las
palabras pronunciadas por Berenzon en 2009 con motivo de la presentación del
primer tomo de Historia de la historiografía de América, obra coordinada
por él y por Georgina Calderón. El texto que Boris preparó para la ocasión –y que
puede encontrarse aquí-
no tiene desperdicio: entre otras cosas incluye una serie de viñetas que retratan
a su autor charlando con emblemáticos intelectuales universitarios. Pero en
aras de la brevedad permítaseme resaltar sólo un pequeñísimo fragmento:
Villegas, que naturalmente
compartía la mesa con Boris en su doble calidad de comentarista del libro y directora de la institución que lo coeditó y fue sede de su presentación,
debió sonrojarse al escuchar tan finos halagos por parte de su pupilo, pues le
demostraron que había logrado transmitir una gran lección. Nadie como ella, que
promovió, solapó y defendió a Berenzon hasta que la situación se hizo
verdaderamente insostenible a mediados del presente año, entiende -y enseña- que
el “tejido de lo que es la historiografía” no se refiere al entramado narrativo
de los discursos históricos ni mucho menos a su necesaria imbricación
intertextual, sino a la telaraña de complicidades que sostiene la conjura de
los mediocres de la que ella tan “fina y agudamente” participa.